Javier Solís es otro de los intérpretes que logró inmortalizarse en el México capitalino que se abría al hombre de provincia para permitirle realizar sus sueños de prosperidad. Dueño de una voz de ensueño, capaz de alcanzar notas graves y agudas con suma facilidad, le correspondió el mérito de ser el sucesor de Pedro Infante en idolatría, pues en sus diez años de carrera logró crear un estilo inigualable que le mereció, hasta nuestros días, ser reconocido como el tercer mejor exponente de música vernácula, dada la continuidad iniciada con Jorge Negrete; motivo por el que se les conoce como Los Tres Gallos.
Según sus biógrafos, nació en la ciudad de Nogales, Sonora, el 1 de septiembre de 1931. Aunque este dato ha sido motivo de controversia, pues el propio intérprete, en más de una ocasión, afirmó ser oriundo del barrio de Tacubaya. Al parecer, nunca sabremos en verdad el lugar exacto de su nacimiento, aunque en el recuento de su vida hay más elementos que ya lo mitifican en la tradición musical del país.
De verdadero nombre Gabriel Siria Levario, fue el hijo mayor del matrimonio formado por doña Juana Levario Plata, comerciante en un mercado, y don Francisco Siria Mora, de oficio panadero. Las penurias económicas fueron constantes en su infancia, pero se agravaron cuando doña Juana tuvo que enfrentar el abandono del marido. Abrumada por la pobreza que se cernía sobre los suyos, tuvo que llevar al pequeño Gabriel a vivir con su tío Valentín Levario Plata y su esposa Ángela López Martínez. Ellos fueron la nueva familia a la que el chico tuvo que aferrarse para salir adelante en la vida, y a quienes llegó a querer como sus verdaderos padres.
Desde pequeño buscó un trabajo que le ayudara a corresponder las atenciones de su tío, motivo por el que sólo logró cursar hasta el quinto año de educación primaria. Se cuenta que tomaba parte en festivales escolares y aprovechaba cualquier oportunidad para dar a conocer su vocación artística en fiestas o reuniones, pero sin descuidar su trabajo como recolector de huesos y vidrio.
Intervino en diversos conjuntos musicales muy discretos en los que interpretó valses, tangos, boleros y temas rancheros. Gemas sonoras que le ayudarían a crear un estilo que lo alejara de la notoria influencia de su ídolo Pedro Infante. En este aspecto, existe una eterna polémica entre los admiradores de su vida, pues desmienten que el joven cantante imitara al ídolo de Guamúchil, Sinaloa; afirman que si bien se inspiró en él para incursionar en la música regional, es necesario dejar en claro que desde sus primeras grabaciones era evidente la diferencia de registros vocales.
Antes de alcanzar la fama como artista, se desempeñó en oficios tan humildes y variados que le permitieron tener toda clase de vivencias; fue panadero, carnicero, lava coches, cargador… y practicante de diversos deportes como boxeo, lucha libre, futbol o beisbol. Hombre inquieto en amores, se dice que tuvo distintas novias en ese período de turbulencia artística y vocacional.
Luego de cantar al lado de diversos conjuntos en fiestas y centros nocturnos, el primer atisbo de éxito le llegó bajo el nombre de Javier Luquín en una gira que emprendió con el Mariachi Metepec en el municipio de Atlixco, Puebla. El compromiso se extendió por un año y definió su naciente estilo interpretativo.
A mediados de 1950, grabó su primer disco de prueba en una disquera independiente, filial de la cadena de cines, Cinelandia. Dio voz a los boleros: Te voy a dar mi corazón, Virgen de barro, Tómate esta copa y Punto negro. El material llegó a las manos de Discos Columbia de México, quien le ofreció un contrato en enero de 1956.
Algunas fuentes documentales, como el libro Javier Solís: El Señor de las Sombras, señalan que los ingenieros de grabación trabajaron mucho tiempo a su lado para ayudarle a desmarcarse de la influencia de Pedro Infante, figura a la que idolatraba y copiaba inconscientemente. Aunque este dato también se niega por otros expertos en la vida del astro, al comprobarse con las grabaciones independientes anteriormente descritas, donde ya luce el estilo que le conocemos.
Lo único cierto es que su carrera en la música fue exitosa a raíz del lanzamiento de sus sencillos: ¿Qué te importa? y ¿Por qué negar?, que le merecieron incorporarse a la filas de la disquera sin ninguna dificultad.
Aún sin ser una figura de renombre estuvo en el sepelio de Pedro Infante el 17 de abril de 1957 para interpretarle algunas canciones a manera de sentido homenaje, entre las que destacó: Grito Prisionero. En adelante inició un meteórico ascenso en el mundo empresarial del disco y del cine, medio donde alternó con grandes directores y figuras estelares como Manuel Capetillo, José Elías Moreno, Adalberto Martínez Resortes, Joaquín Cordero, entre muchos. Podemos estimar que su carrera artística tuvo un lapso de diez años.
Durante la filmación de la cinta Los Tres Mosqueteros de Dios comenzó a resentir un malestar en su vesícula. Su temor a los quirófanos hizo que buscara remedios alternos que en un principio dieron resultado. Sin embargo, durante el rodaje de Juan Pistolas los dolores se agudizaron, aunque prefirió darle prioridad a su apretada agenda de trabajo. Participó en la Caravana Corona Extra en la zona Pacífico del país, aunque se vio impedido de terminarla, pues tuvo que internarse en el Hospital Santa Elena el 12 de abril de 1966 para un estudio severo.
Una radiografía indicaba que los cálculos ya estaban fuera de la vesícula y que era urgente operarle. A las siete de la mañana de ese miércoles 13 de abril, ya era intervenido por el doctor Francisco Zuviría, y a las cuatro de la tarde se recuperaba en su habitación. Sin embargo, nunca dejó de quejarse de los dolores en su estómago. En todo momento lo acompañaba su esposa Estela Sáinz, madre de sus hijos legítimos Gabriela y Gabriel, así como Valentín Levario.
Su convalecencia fue muy variable e incluso tuvo alucinaciones. Cuando parecía que se recuperaba satisfactoriamente, falleció el martes 19 abril a las 5:45 de la mañana. Aunque se han manejado distintas versiones del fatal desenlace, el diagnóstico dice que Javier Solís tuvo un desfallecimiento cardiaco, producto de un desequilibrio electrolítico. Por muchos años se dijo que su muerte se debió a que, sin autorización del médico, ingirió un vaso con agua; o bien, que el deceso se debió a su negativa de guardar reposo, pues habría tenido la osadía de escapar del hospital para asistir a una fiesta. Según su viuda, son completamente falsas esas versiones.
Los funerales de Solís fueron multitudinarios y hubo auténticas muestras de dolor entre sus admiradores, no sólo en México, sino en otros sitios de América Latina y Estados Unidos. Murió a los 34 años de edad, al momento en que atravesaba su mejor faceta artística y cuando se pensaba lazar su catálogo musical en Europa. Fue sepultado en el Panteón Jardín de la capital del país en el predio de la Asociación Nacional de Actores (ANDA).
En ese sitio aún es visitado por distintas generaciones que fueron cautivadas por su presencia, carisma e inigualable voz. El Señor de las Sombras es un icono por excelencia del bolerista ranchero. Han pasado 51 años de su partida física, pero su leyenda permanece vigente, tal y como sucede sólo con los grandes artistas.